Los Fridos: sobre los que nos enseñan a comernos el mundo

Por: Jorge Rodríguez

Todos en esta vida, sin importar el camino que recorramos, nos topamos en algún momento con un mentor; una figura de autoridad, y al mismo tiempo un lugar de refugio, que nos da dirección cuando nos sentimos más perdidos. En mi caso, con los años me tocó toparme con ese maestro que me volvió loco; el maestro que me hizo llorar y me dio frases motivadoras, y la maestra que me dio herramientas con las que me gano la vida el día de hoy. Incluso, en años más recientes, tuve la fortuna de conocer a una maestra que se volvió además mi amiga, y que me enseñó a no dejar de tener sueños; incluso cuando los sueños que tenías originalmente se tienen que modificar. Es esta figura del docente, firme y al mismo tiempo cariñosa, que Clemente Vega toma para desarrollar su segunda obra; muy al estilo poético y auto-referencial que ya lo caracteriza.

Los Fridos nos presenta la historia de cinco jóvenes estudiantes en La Esmeralda; la prestigiosa escuela de arte plástico donde impartieron clases figuras como Francisco Zúñiga y Diego Rivera. Gracias a la partida de uno de los profesores de último año, estos cinco artistas en desarrollo se encuentran con una de las mujeres más singulares que ha conocido el arte mexicano. Con el paso del tiempo, los lazos creados con su maestra les darán miles de lecciones sobre la vida y el amor – mucho más que simplemente aprender a plasmar el mundo a través del pincel.

El texto de Clemente Vega es sumamente rico; lleno de momentos conmovedores y de diálogos que se quedan gravados en la memoria; como sucede con las mejores lecciones de vida. Habiendo visto también su ópera prima, Mamá se fue a la luna, me atrevo a decir que Clemente tiene ya un sello personal como creador escénico, y que convierte a su obra en una experiencia estética difícil de replicar. Se nota su amor por el arte teatral, así como su gran conocimiento del lenguaje escénico. En particular, resalto su habilidad para generar transiciones – muy de teatro musical – que convierten a la obra en una auténtica pintura viva. Vemos cómo el espacio se configura y re-configura, como gotas que caen en un lienzo, mientras saltamos de un recuerdo a otro.

Por: Arce_brothers

Ahora, si algo debo cuestionar respecto a la dirección escénica, es quizás el diseño de movimiento. No me malentiendan: el trazo de cada actor es extremadamente preciso, y en conjunto crean escenas de mucha belleza y dinamismo. Sin embargo, hay detalles que llegan a perderse en esta sinfonía de movimiento. Por ejemplo, los pequeños guiños a la relación entre Arturo y Erasmo son absolutamente hermosos, y están presentes a lo largo de toda la obra. Pero por alguna razón, hubo detalles en esta dinámica que solamente noté hasta mi segunda visita. En un esfuerzo por llenar la escena de acción significativa, hay momentos cruciales de cada personaje que pueden pasar desapercibidos para el espectador. Y bueno, sí quiero decir una cosa: esta obra no necesita de un intermedio. Al contrario, pienso que la continuidad entre los dos actos podría potenciar aún más ese efecto emotivo que el texto ya carga por sí solo.

Dicho lo anterior, una cosa es muy clara: así como dicen que algunas personas piensan en color o en sonido; Clemente Vega piensa en escena. Su habilidad para dirigir a un elenco y convertirlo en una verdadera unidad es merecedora de todos los aplausos.

Y ya mencionado el elenco, también hay que aplaudir el trabajo minucioso de construcción de personaje que realiza cada miembro de la compañía. Fabiola Villalpando brilla como María; una fuerza que atrae al espectador y le permite conocer, al mismo tiempo, el dolor y la maravilla de crecer como mujer en una sociedad y un gremio diseñados solo para los hombres. Gonzalo de Esesarte y Bobby Mendoza construyen un vínculo precioso como Arturo y Erasmo, siendo sus escenas juntos, de mis favoritas en toda la obra. El Ramón de Mario González-Solís comienza como un clásico comic-relief, pero se llena de riqueza y de matices hacia el segundo acto. Y especialmente, resalto el Tomás de Jorge Viña como uno de los personajes más fuertes a nivel emotivo; desarrollando un verdadero arco dramático que representa la manera en la que un buen profesor puede cambiarnos la vida.

Por: Arce_brothers

Poco hay que decir del excelente trabajo que hace Mónica Bejarano como la icónica Frida Kahlo. Cruda e irónica, y con un inmenso corazón, encarna a la pintora en una forma que los fanáticos de su obra probablemente amarán. Pero, a mí parecer, lo más valioso del trabajo de Mónica es su habilidad de trasladar a la afamada artista a un segundo plano. Como toda buena maestra, permite que sus alumnos sean quienes brillen por sí solos. Y es que esta obra – como bien lo indica su nombre – no habla sobre la gran artista; sino, de los grandes artistas que fueron formados por una gran mujer.

Ultimadamente, Los Fridos es un mural de la memoria; construido por las imágenes de diferentes generaciones, y que termina convirtiéndose – valga el término cliché – en una verdadera carta de amor a la docencia. Esta obra nos inspira a recordar a aquellas personas que nos han marcado en nuestra historia; que nos han enseñado a movernos con el mundo, y a dejarnos caer, solo para tomar impulso. Frida Kahlo les dice a sus alumnos que se pinten; que pinten su dolor, su tristeza, y el mundo que se les viene encima. “Píntense como quieran, pero ámense”. Y como toda obra de un gran artista, Los Fridos refleja el inmenso amor que hay detrás de esta producción. Como lo diría otra gran artista (más cercana a nuestra época), Meryll Streep: “take your broken heart, put it into art”.
FridosLos Fridos se presenta en el Foro Lucerna. Últimas funciones: sábado 22 de febrero, viernes 28 de febrero y sábado 01 de marzo. Boletos disponibles en taquilla y en Ticketmaster.

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