La Ira de Narciso: la mirada del otro

Por: Jorge Rodríguez

Narciso era un hermoso joven, que rechazaba a toda doncella que se enamoraba de él. Un día, al asomarse a un arrollo, Narciso se enamoró de su propio reflejo. Cuando intentaba tocar la bella imagen sobre el agua, esta se desvanecía, pero no podía apartar su mirada de tan maravilloso ser. En la desesperación de no poder tener su objeto del deseo, Narciso se lanza al arrollo y muere ahogado; dejando en su lugar una flor, la flor del narciso. Condenado por su belleza a dejar de mirar, pero destinado a ser mirado por otros eternamente.

Habiendo sido invitado a participar en una conferencia sobre el mito de Narciso, Sergio Blanco – dramaturgo uruguayo – nos cuenta su experiencia visitando la capital de Eslovenia, Liubliana. Siendo un mero turista en una ciudad desconocida, pasa sus tardes fuera del coloquio en su habitación de hotel; esperando a tener encuentros sexuales con desconocidos. Al mismo tiempo que conoce a Igor, su nuevo objeto del deseo; irá descubriendo las pistas de un acto horrible que, literalmente, cambiará el rumbo de su vida. La Ira de Narciso es una obra de auto-ficción; donde el actor no es un actor, sino el autor de la obra misma, y donde el espectador se comenzará a cuestionar qué es verdad y qué es una mera ilusión.

Comencemos por lo primero: el texto es una genialidad. Es accesible para el espectador casual, pero a la vez esconde diferentes niveles de lectura e interpretación, lo que la vuelve una excelente opción para verla más de una vez. Abraza la meta-teatralidad y la explota en todos los sentidos, realmente desdibujando los límites entre la ficción y la realidad. Y sobre todo, en su núcleo, reflexiona acerca del vínculo humano y el papel del arte en la sociedad.

Por: Luis Quiroz

El dramaturgo uruguayo desarrolla su hipótesis acerca de Narciso: al verse a sí mismo, Narciso en realidad buscaba al otro. Y esta idea la compara con la mirada del artista. Cuando un artista crea, lo hace para capturar la realidad, pero también para transformarla; como quien desea capturar la esencia del ser amado, y volverla parte de su propia esencia. Pero entonces, ¿qué ocurre con el artista que se plasma a sí mismo en su obra? Bueno, según Sergio Blanco, este busca encontrar al otro en sí mismo. Al narrarnos, nos relacionamos con el otro; nos vemos identificados en su experiencia, y el otro refleja su propia vida en la nuestra. Como cuando le pedimos un consejo a un amigo; y en el acto mismo de explicarle el problema, somos nosotros quienes encontramos la solución. El acto de narrar nos facilita establecer conexiones reales. Vínculos, meramente humanos. Y qué manera más poderosa de narrar, que auto-narrarse. Es este fenómeno, complejo y a la vez poderoso, lo que hace a la auto-ficción un género tan cautivador y único. Sergio le pide al actor que lo encarne, que se convierta en él, y que cuente su relato. Que tome su vida, y haga con ella lo que le plazca; excepto una cosa: actuarla. En La Ira de Narciso no vemos a un actor interpretando un personaje. Vemos a una persona, convirtiéndose desde la ficción en otra para encontrarse.

Tan excepcional texto no podría haber caído en mejores manos que las de Boris Schoemann y Cristian Magaloni. La dirección es meticulosa y verdaderamente asertiva. Retomando el concepto de “curaduría escénica”; el director elige minuciosamente los recursos para contar esta historia. Todo ocurre en el momento indicado, y con la duración e intensidad necesarias. Por ejemplo, la forma en la que se abordan las escenas de sexo me pareció preciosa; por su capacidad de contener el deseo y la pasión desenfrenada en movimientos y gestos pequeños, puntuales y contundentes. En general, la precisión actoral de Cristian Magaloni es de aplaudirse. No solo en cuestión de trazo escénico, sino especialmente de sus decisiones en materia emotiva. Cada palabra que sale de su boca tiene una intención y un tono, claros y muy bien cuidados. Se nota el arduo trabajo y el inmenso amor que ambos han depositado en este proyecto, y eso eleva definitivamente la experiencia teatral a otro nivel.

Si debo buscarle una debilidad al montaje, solo puedo apuntar a la estructura poco convencional del texto. En tanto que posee distintos niveles de lectura, es posible que la historia parezca inconclusa para quienes se quedan en un primer nivel. Los elementos anecdóticos que la convierten en una historia de crimen no se alcanzan a vislumbrar por completo, sino hasta la segunda mitad de la obra. Y además, una vez que se llega al clímax de la historia, no se le da una conclusión; al menos en el sentido más tradicional. Sin embargo, aunque el riesgo de que la historia no resuene en el espectador sí existe, yo pienso que el trabajo actoral y de dirección hacen que no se llegue nunca a ese extremo.

Por: Luis Quiroz

La Ira de Narciso es, superficialmente, un relato de misterio; un thriller policiaco con tintes eróticos que te mantendrá al borde de tu asiento. Pero más allá del relato, La Ira de Narciso es un estudio sobre la mirada. La mirada del artista, quien busca plasmar su perspectiva de sí mismo y del mundo, para inmortalizarlo. Pero también la mirada del otro; esa que buscamos en los encuentros amorosos, en las relaciones sexuales, o en cualquier conexión humana. Porque todos buscamos al otro. Y siempre que buscamos el contacto con el otro, estamos también buscando el contacto con nosotros mismos.

La Ira de Narciso se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Granero, del Centro Cultural del Bosque. Funciones hasta el 9 de marzo. Boletos disponibles en taquilla y en línea.

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