Por: Jorge Rodríguez
Perder la virginidad es uno de los eventos más decisivos en la vida de cualquier persona, que seguro le deja una gran huella, para bien o para mal. En general, la primera vez es compleja y difícil de atravesar de manera exitosa. Para todos comienza como una fantasía, donde dos personas se entregan por completo al placer; pero – ya sea por exceso de ímpetu o por falta de experiencia – existe siempre el riesgo de que se convierta en una auténtica pesadilla. Pues bien, este acto carnal es la premisa inicial, y al mismo tiempo la metáfora perfecta para describir este peculiar musical de origen peruano, llegado a la Sala B de La Teatrería.
Al apagarse la luz, conocemos a Darío; un joven de secundaria que tiene todo lo que se necesita para ser un verdadero “estudiante problema”. Cuando Pierina – la mejor alumna de su clase – se acerca para pedirle que le ayude a estudiar química, Darío ve una oportunidad única para por fin tener su primera experiencia sexual. Más adelante, el encuentro en casa de Pierina tomará un giro oscuro; obligándolo a hurgar entre sus sueños y temores, y llevándolo a tomar una decisión de la que no habrá marcha atrás. Cero en Conducta – con libro y letras de Mario Mendoza y música de Sergio Cavero – es un musical que explora las barreras de la mente adolescente, y nos enfrenta con nuestro punto de quiebre: eso que nos motivaría a cometer actos impensables, todo con el fin de mantener el status quo.

Comenzaré por señalar que este montaje significa un esfuerzo enorme para el teatro chilango. Producir un musical de manera independiente, en especial en un foro tan pequeño como lo es la Sala B de La Teatrería, no es cosa fácil. Este equipo se enfrenta a las limitaciones técnicas y espaciales con un gran ingenio, y terminan construyendo una experiencia teatral que, ante todo, es íntima y cautivadora. La dirección de Héctor Berzunza es funcional y se enfoca en los detalles. Aunque a ratos puede rayar en la comodidad, siempre encuentra los medios para explorar con sus actores los elementos más oscuros de la obra; esos que el mismo texto apenas y pone sobre la mesa. El diseño de escenografía de Jorge Ballina hace mucho heavy-lifting para envolvernos en la historia y proporcionar al espectador una verdadera experiencia estética. Pero para mí, es el diseño de iluminación de Raúl Munguía, el que se lleva los aplausos. La estilización que construye en cada escena es bellísima, y convierte cada milímetro del espacio en un cuadro vibrante y seductor, atrapando la vista del público. Cada integrante del equipo creativo de este musical es un experto en lo que hace, y eso se nota en escena sin necesidad de abrir el programa de mano (que, gracias a Dionisio, es físico).
Ahora bien, como es lógico en un espectáculo de formato tan pequeño, el peso más grande recae en su elenco. Y debo decir que, aunque con sus bemoles, ambos actores hacen un excelente trabajo. Farah Justiniani es sin duda la estrella de este montaje, pues además de su poderosa voz, es quien le da más dimensión y complejidad a su personaje. Su Pierina es tierna y a ratos ingenua, a pesar de su gran mente, pero además deja ver su lado seductor y manipulador. En cuanto a Lorenzo López – quien además, a sus 20 años de edad, es productor general de este montaje – estamos frente a un joven talento que aunque tiene todavía camino que recorrer, ya posee una presencia escénica, en serio, hermosa. Sus escenas de explosión son probablemente las que requieren más trabajo. Pero los pequeños gestos y la emoción contenida que muestra en algunas escenas, son sin duda su mayor fortaleza. Ultimadamente, tenemos a dos grandes actores con una voz prodigiosa, que brilla a pesar de la sonorización torpe y poco funcional para las dimensiones del foro. Dos fuerzas que sin duda levantan este montaje, cuando el texto hace precisamente lo contrario.

Cero en Conducta peca de insuficiencia, de la misma forma que haría un puberto inexperto tratando de darle a su pareja la noche de pasión de su vida. Con un objetivo tan ambicioso como lo es hacer un musical sombrío y turbio sobre el despertar sexual y la presión para alcanzar el éxito, el texto resulta francamente plano y sin un verdadero arco dramático. Vaya, que no está mal enfocarse en la exploración de los personajes o en la construcción de tensión. El problema es que esa tensión, tan bien trabajada por su elenco, no es llevada a ningún lado. Y justo cuando la obra empieza a gustar e intrigar, de pronto y sin avisar, acaba. Tenemos una especie de eyaculación precoz dramática, donde no hay un verdadero conflicto, sino solamente un planteamiento con un acelerado y torpe desenlace. Y aunque el espectáculo se disfruta, la falta de satisfacción cuando se va al oscuro deja una sensación de carencia en el espectador. Aplaudimos porque acabamos de presenciar un gran trabajo, por parte de las personas que están arriba y detrás del escenario; pero no porque la historia nos haya dejado conmovidos, ni satisfechos. Es que, en verdad, la metáfora de la primera vez se escribe sola.
Cero en Conducta es apenas un teaser de lo que se podría haber convertido en un musical estruendoso y sumamente complejo. La premisa es muy interesante, pero el texto es eso: solo premisa, sin desarrollo. Pasión, sin llegar al clímax. Una experiencia picante, sí; sugestiva y provocadora, pero que no enseña mucho y deja francamente desilusionado. Auténticos blue balls escénicos. Ahora, imaginemos que alguien pierde su virginidad teatral con esta obra. Seguramente habrá cosas que disfrute, que le sorprendan, e incluso que se vuelvan en un referente de gusto personal. Pero, siendo honestos con el espectador: si esta es su primera vez, existe también un alto riesgo de que no le queden ganas de repetir.
Cero en Conducta se presenta los jueves a las 8:00 pm en la Sala B de la Teatrería. Funciones hasta el 3 de julio. Boletos disponibles en taquilla y en línea.