Por: Jorge Rodríguez
La pregunta que más me hice durante los meses de encierro por el COVID-19 en 2020, fue si el teatro en algún momento se atrevería a hablar de la pandemia. En esos tiempos, cuando la comunidad teatral se atrevió a experimentar la virtualidad como medio de supervivencia y evolución, lo último que se buscaba era explorar los estragos del confinamiento desde la representación. El teatro en pandemia se convirtió más que nunca en un escape, y en un medio para conservar algún tipo de conexión humana, a pesar de la situación global. Y curiosamente, cuando las restricciones sanitarias disminuyeron y la gente volvió a salir de sus casas, pareciera que el teatro retomó de forma inmediata los temas que antes le interesaban; sin detenerse mucho a explorar el estado psicológico y emocional en el que nos encontrábamos, creadores y espectadores por igual.
Es a partir de esta inquietud que Verónica Musalem escribe su obra, ¿Acaso Amanece?. En ella, vemos a tres mujeres que viven el encierro de la crisis sanitaria desde diferentes partes del mundo. Como una especie de collage, conocemos sus sueños y temores, así como su deseo por el exterior y su necesidad por el contacto físico. Esta obra nos habla sobre la resiliencia humana, y sobre las ganas de vivir que deja una experiencia traumática. O al menos, eso es lo que este texto pretende decir. Pero me estoy adelantando.

Esta obra es un unipersonal interpretado por Lourdes Echevarría; aunque estructuralmente funciona más bien como un collage de tres monólogos, creando una coyuntura de escenas oníricas y de reflexiones poéticas acerca del deseo y la conexión. La actuación de Lourdes es rica en detalle y en sustancia. Además, su versatilidad le permite mantener la atención del espectador mientras salta de un personaje a otro, aunque la estructura no sea lineal y la dirección que lleva la obra sea a veces poco clara.
La propuesta de dirección de Verónica Musalem y Cardo Vela es funcional, pero a ratos, con poca variedad en su lenguaje. Es decir, no obstaculiza la representación y ayuda a que esta fluya, pero tampoco le aporta una nueva perspectiva sobre el tema. Vemos a una actriz que dice su texto – sí, con un muy buen entendimiento del mismo, a nivel emotivo – pero poco más ocurre. Por lo tanto, la obra se vuelve un poco monótona después de los primeros treinta minutos. El diseño de iluminación y de la instalación escénica funcionan un poco de la misma forma: visten a la obra, aunque no sumen tanto al discurso que esta plantea. Quizás el diseño sonoro y de video son los aspectos técnicos mejor logrados en el montaje, y que sí complementan el trabajo de la actriz con su propia mirada del mundo en confinamiento.
Ahora, vamos con mi principal problema con este montaje. La dramaturgia plantea a la pandemia como una experiencia colectiva homogénea; donde, sin importar el sitio donde estuviese cada persona, todas tenían aparentemente los mismos deseos y temores. A mi entender, esto surge de una necesidad del discurso que el teatro tenía cuando la obra se gestó. Después de regresar a la “nueva normalidad”, el teatro buscaba unir al púbico e inspirarlo a regresar a las butacas. Y siguiendo la misma línea, esta obra nos plantea que todos – aunque distintos y bajo nuestras circunstancias particulares – hemos sufrido del mismo trauma. Y entonces, solo volviéndonos una unidad, la humanidad puede anteponerse ante el trauma y salir adelante.
Esta es una premisa bastante bella, y que hace sentido con la necesidad de instrumentalizar la representación como un espacio de sanación colectiva. Mi problema es: ¿qué pasa cuando la experiencia en pandemia del espectador no fue la misma? Tenemos a tres mujeres en distintos contextos y latitudes, pero que parecen desear siempre lo mismo: sexo, conexión emocional, libertad, y la posibilidad que sólo existe más allá de sus cuatro paredes. Pero, especialmente a cinco años de la pandemia de COVID-19, habiendo tenido ya el tiempo y la distancia necesaria para procesar el trauma, ¿no sería más rico explorar la pluralidad de experiencias durante el confinamiento en escena?

El final de la obra se siente un poco precipitado, debo decir. Después de conocer las aflicciones de estas mujeres durante el encierro, de pronto, la pandemia se acaba. Se nos dice que ya tienen permitido salir, y que esa repentina libertad les regresa el deseo de recorrer el mundo, tener experiencias, y disfrutar la vida. Pero no vemos el arco emotivo que las lleva de un extremo al otro. Y vamos, que lo que la obra nos dice no es precisamente falso. Muchas personas tuvimos esta inmediata necesidad de vivir nuevas experiencias, al segundo que se nos permitió salir de nuestras casas. Vemos en escena una historia que nos resulta cercana, obviamente, pues todos los que vamos a verla atravesamos ese mismo suceso histórico. Y la obra es exitosa, en tanto que plasma perfectamente los estragos emocionales y psicológicos del encierro. Sin embargo, además de lo que ya todos vivimos, la obra no nos dice nada nuevo.
¿Acaso Amanece? es un reflejo muy acertado de la experiencia en el confinamiento. No obstante, es un montaje que no problematiza esa experiencia; y por lo tanto, que no le permite trascender a nuevas preguntas acerca de la vida post-pandemia. ¿Acaso Amanece? es un proyecto que nace de una necesidad preciosa de volver a conectar con los otros. Pero que, en la falta de evolución de su discurso, puede caer en el riesgo de la desconexión con el espectador.
¿Acaso Amanece? se presenta martes y miércoles a las 8:00 pm en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico. Funciones hasta el 7 de mayo. Boletos disponibles en taquilla y en línea.