Ahoradespués: llorarnos para poder crecer

Por: Jorge Rodríguez

Recientemente escribí sobre una obra que me ayudó a procesar la pérdida de mi abuelo. Y con menos de un mes de haber vivido su partida, sigo sensible ante cualquier discurso en torno a la muerte. Y así, sin saber lo que esta obra me tenía preparado, llegué a La Teatrería. Sobra decir que salí con lágrimas en los ojos, verdaderamente conmovido. Así que quizás mis palabras hoy sean en extremo subjetivas. Pero si algo puedo adelantarles, antes de entrarle de lleno a los pormenores del montaje, es que conecté con esta obra en un nivel sumamente profundo. Y al final del día, creo que de eso se trata.

Diego lleva a su papá al estadio. A su primer partido de futbol juntos, sin saber que también será el último. Después de una tortuosa batalla contra el cáncer; nuestro protagonista nos relata, minuto a minuto, las últimas horas que vivió junto a su padre, y todas esas cosas que le gustaría haberle dicho y nunca dijo. Como una carta de despedida – combinada con flashbacks, sueños, y reflexiones en torno a la muerte y al valor de las cosas – esta obra nos guía en un viaje por la memoria de quien ya se ha ido, para recordar que no nos llevamos nada con nosotros; y que a veces lo que dejamos en este mundo es lo más importante.
El dramaturgo argentino Guido Zappacosta nos regala un monólogo que, si bien sigue las mismas estructuras y tendencias de la narraturgia, está también plagado de imágenes y metáforas sumamente cautivadoras. Comenzando con las descripciones francamente poéticas que el protagonista nos hace de su entorno – desde su visita al estadio, el hospital y el patio plagado de plantas de su mamá – y que invitan al público a usar su imaginación para terminar de pintar la escena que se plantea. Además, el texto contiene fragmentos que se repiten a manera de leitmotiv, llevando a otro nivel la reflexión que hace acerca de la muerte. Por ejemplo, la masa para pizza que el padre de Diego preparó la tarde antes de llegar a urgencias, y que siguió creciendo y estuvo lista para alimentar a su familia, una vez que él se fue. Una metáfora preciosa del legado; de las semillas que cuidamos y regamos, en ese jardín que jamás podremos ver florecer.

Sobre esa misma línea, y con un entendimiento profundo y detallado de los temas de este texto; Juan José Tagle crea un diseño de espacio que parece sencillo, pero que en realidad esconde una gran astucia cuando se le mira con detenimiento. El “pequeño amazonas” de la mamá de Diego cobra vida en este espacio lleno de plantas que contrastan con el material y los colores de un cajón de refrescos o una silla de plástico – objetos cotidianos, propios de un mundo terrenal y poco refinado. Como jugando a mezclar lo onírico con lo real; habitando un espacio transicional entre la vida y la muerte. Y en este espacio liminal, como sucede con el texto, podemos notar otra metáfora visual muy hermosa: el mundo de Diego que se ve invadido por las enredaderas del jardín de su madre. Esas hojas y raíces que se esperecen como la metástasis de su padre; que crecen sin respetar los límites. Pero también una metáfora de la vida misma, que se abre paso ante la adversidad.

Ahora, si de algo peca este montaje es de su simpleza. Tenemos un actor en escena, un par de elementos escenográficos, y poco más. La dirección no resulta inventiva ni destacable, y se limita a “resolver” el texto de la forma más funcional posible. En su defensa, me atrevo a afirmar que Alonso Íñiguez tomó la decisión consciente de traer este texto a la escena sin tanta maroma, enfocándose en la esencia de sus palabras. Pero no negaré que la dirección en algunos momentos se siente carente. En especial tratándose de narraturgia – tan común en los escenarios mexicanos que ya se siente repetitiva – el cómo se nos cuenta la historia es a veces mucho más importante que la historia misma. Y en este caso, estamos ante un montaje que termina siendo más fondo que forma. Con un actor que, si bien nos habla desde un lugar de absoluta honestidad, deambula por una escenografía igual de ingeniosa que su texto, pero la cual no termina de habitar del todo. Probablemente la escena que luce más en materia de dirección es la del sueño de Diego; que se siente como una bocanada de aire fresco en medio de la hora y media que nuestro actor pasa sentado, levantándose y volviéndose a sentar, de un extremo del escenario al otro.

Pero a pesar de lo que acabo de decir, me parece que la dirección sí es inteligente; en el sentido de que se encarga de darle foco y brillo a su actor, quien es quizás el mayor acierto en este montaje. Jesús Zavala nos regala una construcción de personaje amorosa, detallada y comprometida con las emociones que debe hacernos transitar. Cada palabra que sale de su boca está cargada de significado. Y si bien el texto ya usa la aliteración como un recurso poético, Jesús se encarga de emplearla a su favor para dar ritmo, matiz y profundidad al discurso; repitiendo palabras, pero nunca diciendo lo mismo dos veces. Jesús me hizo sentir, de una manera tan real y poderosa que cuesta trabajo poner en palabras. Y sí, quizás conecté con él debido a mi contexto particular, pero esas conexiones reales son las que más nos trastocan cuando vemos teatro. Y las que, en mi opinión, todos los que se dedican a hacer teatro tendrían que buscar.

Ahoradespués es un largo y doloroso suspiro, que nos permite sentirnos en paz con todo aquello que nos faltó decir. Una obra que, hablando sobre la muerte, termina haciendonos reflexionar sobre cómo vivimos la vida. Porque el mañana – el después – es incierto, pero el ahora es un regalo que debemos aprovechar. Quizás simple y quizás muy literal, pero esta obra se vive como un auténtico volver a empezar. Como tomar un baño caliente, de esos que reconfortan al punto de sentirnos libres para llorar. Y no llorar hacia adentro, sino hacerlo plenamente. Ahoradespués es una invitación a llorarle a la vida. O dicho de otra forma, a vivirla. A dejar salir esas lágrimas de forma natural y, como diría la mamá de Diego, regarnos para poder seguir creciendo alto.

Ahoradespués se presenta los lunes a las 20:30h en La Teatrería. Funciones hasta el 4 de agosto. Boletos disponibles en taquilla y en línea.

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