Algodón de azúcar: los juegos que no se dicen

Por: Jorge Rodríguez

Hay obras que se quedan grabadas en tu memoria, y que se convierten en un referente después de que las ves. Y eso es precisamente lo que me sucedió con esta historia, que fue una de mis obras favoritas de 2024. Después de haber luchado por conseguir boletos, y de haberla visto hasta su tercera temporada gracias a sus múltiples sold outs, sabía que no podía desaprovechar la oportunidad de regresar. Así que cuando Teatro UNAM anunció su nueva temporada, invité a una de mis amigas mas cercanas, y nos aventuramos al remoto Centro Cultural Universitario para revivir una de las experiencias teatrales más contundentes que ha visto la cartelera mexicana contemporánea.

Al apagarse las luces, conocemos a Magenta; un hombre que se dirige a una reunión familiar, pero que parece no saber de dónde viene ni hacia donde va. Al perderse entre la niebla, se haya de pronto frente a las ruinas de lo que alguna vez fue una feria, y se topa con tres lúgubres figuras; las cuales hacen verdadero honor a la reputación perturbadora de los payasos. Estos le advierten a Magenta que la única forma de continuar su camino es siguiendo una muy sencilla regla: decir siempre que sí. Entonces, Magenta se adentrará en un viaje hacia los recuerdos de su infancia, en un intento por entender los horrores de su pasado.

Azucar
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Algodón de Azúcar es escrita y dirigida por Gabriela Ochoa, quien crea magistralmente un universo tétrico, atrapando desde el primer momento al espectador y envolviéndolo en la misma nube de humo de la que el protagonista desea escapar. La visión de la directora se apoya directamente en el diseño de espacio de Félix Arroyo y Ángel Ancona (escenógrafo e iluminador, respectivamente), quienes recrean la adrenalina de los juegos de feria, pero en una versión onírica y tenebrosa. La escena de la casa de los espejos es particularmente aplastantante, por su poder emotivo y su gran belleza visual. De la misma manera, el diseño de vestuario de Giselle Sandiel lleva la naturaleza oscura de los personajes al siguiente nivel. Nos horroriza, pero no de manera efectista como haría una película de terror de Hollywood; aquí, el verdadero horror recae en lo cercana que nos resulta la historia de Magenta. Aquí no hay posesiones demoniacas ni rituales paganos; solo personas, parecidas incluso a nuestros seres más queridos, pero capaces de causar el dolor más atroz.

A través de los recuerdos del protagonista, la obra explora el origen de las acciones impulsivas de los niños, y esa extraña euforia con la que se enfrentan al mundo. Vemos un enorme contraste entre los momentos de absoluta plenitud en los que un niño juega y aprende sobre sí mismo, y un suceso traumático que, en ocasiones, literalmente lo paraliza. Nos plantea preguntas acerca del papel de los padres como guardianes de la inocencia y la pureza infantil; y, sobre todo, de la importancia de una paternidad en equilibrio. Padres exigentes, pero que eduquen con ternura; presentes, pero que permitan libertad y espacio personal. Y sobre todo, padres que den a sus hijos la confianza de hablar de aquellas cosas de las que nadie habla.

Algodon Azcuar
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Es difícil señalar el trabajo de un solo miembro del elenco, pues trabajan como una verdadera unidad, en pro de la historia que nos cuentan. Alejandro Morales construye a un Magenta lleno de capas y matices, mientras que Romina Coccio, Carolina Garibay y Miguel Romero dotan al montaje de dinamismo a través de sus terroríficos payasos. Finalmente, Francisco Mena da vida a una sombra que acompaña al protagonista, y que provoca escalofríos hacia el final de la obra. En verdad es complicado describir el inmenso trabajo que hacen, y el impacto tan efectivo que tienen en el público. Es decir, tantas funciones agotadas deberían hablar por sí solas, pero no hacen justicia al talento que Gabriela Ochoa reúne en el escenario.

Quizás el mayor acierto de esta obra es su representación de los sueños. El Algodón de Azúcar – nube rosada llena de dulzura y ligereza – que simboliza no solo esas imágenes difusas que vemos al dormir, sino también la capacidad innata que tienen los niños de pensar en un mundo mejor. Conocemos a Magenta inmerso en una nube oscura, sin dirección, mientras recorre un tortuoso camino para recuperar su luz. Esta es una historia de supervivencia, de todas aquellas personas que han vivido situaciones de violencia; arrebatándoles los buenos recuerdos y la esperanza en los días por venir. Algodón de Azúcar no es solo una obra de arte, o un espectáculo que desborda talento. Es también una historia, lamentablemente necesaria. Es un paso hacia adelante, para entender que la violencia contra las infancias no es ningún juego, y que los horrores del mundo no deben ser un secreto, sino algo presente que debemos atender con urgencia. Algodón de Azúcar es quizás una de las piezas más importantes de las artes escénicas en nuestro país. Es adentrarse en esa casa de los espejos, y enfrentarnos como sociedad a nuestros más grandes miedos, propios de toda la raza humana. Y es que, ¿qué acto más inhumano, que robarle a alguien la capacidad de soñar?.
Algodón de Azúcar se presenta de jueves a domingo en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, hasta el 22 de febrero.
Algodon de Azucar

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