Clic, cuando todo cambia: querer seguir adelante

Por: Jorge Rodríguez

“Preparación para la vida” es un concepto y una frase comúnmente usadas por las instituciones educativas, y que francamente suelen tomarse a la ligera. Por lo general, las escuelas suelen apegarse a un plan de estudios que otorgue las competencias y herramientas teóricas necesarias para desarrollar una carrera profesional; desde matemáticas y ciencias de la salud, hasta idiomas, historia y deportes. Pero, con el paso de los años, nos hemos dado cuenta de que el sistema educativo no está diseñado para enseñar a los jóvenes esas otras herramientas necesarias para enfrentarse a la vida. Esas que no se pueden medir con un examen, y que la mayoría aprendemos empíricamente, a través del ensayo y error. Sobre todo, del error.

En esta obra para jóvenes audiencias conocemos la historia de tres estudiantes. Ellos viven una rutina eterna de asistir a clases, entregar sus trabajos, soportar sus problemas en casa, y sobrevivir al cruel ecosistema de la preparatoria; todo al mismo tiempo que deben empezar a planear su futuro, en la que es quizás la edad menos adecuada para hacerlo. Clic, cuando todo cambia, nos muestra la manera en la que los jóvenes se enfrentan por primera vez a los horrores del mundo moderno: el acoso, la soledad, la violencia, y en ocasiones, hasta el deseo de acabar con todo. Esta obra nos sitúa en ese momento crucial en el que una persona pierde la inocencia infantil, y se convierte en un adulto – a veces por elección, y a veces forzado por las circunstancias – para enfrentarse a la crudeza del mundo real.

En mi opinión, si hay algo vital que debe estar presente en todo montaje dirigido a jóvenes audiencias, es la mirada de su público. Y esta obra es sumamente exitosa en ese sentido. Clic plantea su historia desde la mirada del adolescente, y la cuenta como un melodrama pasional y exacerbado – sí, a ratos, exagerado – pero que hace total sentido con la manera en que los jóvenes se ven a sí mismos y al mundo que los rodea. Es muy valioso ver cómo las dramaturgas, Amaranta Osorio e Itziar Pascual, logran plasmar la visión que los adolescentes tienen de sus padres, así como su deseo primordial por pertenecer y encontrar a alguien que en verdad los entienda.

La dirección de Sandra Rosales también aborda el texto desde un tono cercano al público joven, y además recurre a elementos de lenguaje escénico que acercan a la audiencia a la historia, volviéndola visualmente atractiva y entretenida. No obstante, me atrevo a señalar que hace falta matizar el tono melodramático del elenco, particularmente en los personajes adultos. Ejemplo claro son los dos monólogos de los padres de Sofía, quienes se derrumban emocionalmente al enfrentarse con la situación en la que está involucrada su hija. Sí, es posible que, en la vida real, cualquier padre tendría esta misma reacción explosiva; sin embargo, este montaje llega en ocasiones al extremo del melodrama, volviéndose casi incómodo de ver. La emoción mal trabajada también puede alejar de la ficción. Y en especial, si la obra quiere hablarle a un público adolescente, dar cringe puede ser el peor de sus pecados.

Por otro lado, otro punto del montaje que cuestiono es su musicalización. Hay momentos en los que funciona perfecta, pero otros en los que parece acelerar el ritmo de la escena, no permitiendo que las emociones caigan donde tienen que caer. La directora crea dos escenas muy bellas que tratan de temas serios como el bullying o la violencia sexual, pero que lo hacen de una forma estilizada y enormemente respetuosa. Los actores realizan una especie de partitura escénica, que combina sonido y movimiento con los estímulos y las palabras clave que plantea el texto; narrando un hecho crudo y doloroso sin ser explícitos. En verdad, es un elemento del montaje muy ingenioso, y con mucha sensibilidad.  El único problema es que estas escenas son acompañadas por una pieza musical acelerada, que lleva a los actores a embarrar los textos que podría haber tenido un impacto más grande.

Dicho lo anterior, me parece que el trabajo actoral, el diseño de producción y el texto, generan en conjunto una obra disfrutable, y al mismo tiempo necesaria. Los personajes de esta historia viven dando “clic a todo”. Y esto no podría ser más cercano a la realidad. Los jóvenes en la era digital están más expuestos que nunca a los peligros de nuestra sociedad, y las redes sociales han facilitado que personas con malas intenciones se acerquen a ellos. “¿Cómo defenderemos a nuestras hijas?”, se pregunta durante la obra. Y precisamente creo que ese es el punto del montaje, y por qué sería tan importante que la gente asista a verlo.

Sobre todas las cosas, Clic puede convertirse en una experiencia teatral muy valiosa para padres y adolescentes por igual; abriendo puertas a la conversación sobre los riesgos que nos rodean. De nada sirve preguntarle a un adolescente “qué quiere ser de grande”, si no llega a grande para poder serlo. En el acto de proteger, también está informar a los jóvenes sobre los horrores del mundo, siempre desde la sensibilidad y el respeto; reconociéndoles como seres independientes, que están construyendo su propia identidad. Porque en este mundo en llamas, todos hacemos lo que podemos para apagar el incendio, pero siempre con la intención de salir adelante. Clic no habla de cuando pasan cosas malas. Al contrario, nos invita a reflexionar sobre cómo superamos los obstáculos; sobre cómo renacemos después del incendio, de entre las cenizas, para volverlos a levantar. Y si la idea es preparar a los jóvenes para la vida, es entonces igual de importante armarlos para enfrentarla, que motivarlos para vivirla.

Clic, cuando todo cambia, se presenta sábados y domingos a las 12:30 pm en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque. Funciones hasta el 4 de mayo. Boletos disponibles en taquilla y en línea.

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