Por: Jorge Rodríguez
Cuántas veces no hemos escuchado que un adulto le diga a un niño, “estás mal”; “no entiendes”; “no digas tonterías”. Cuántos de nosotros no fuimos alguna vez menospreciados por nuestra manera de ver el mundo, ya sea por nuestros padres, familiares o maestros. Hemos crecido como sociedad, pensando que la clave de una educación está en corregir a tiempo los errores. Pero a la vez, hemos y seguimos forjando jóvenes que viven con temor a decir algo que no deben; a equivocarse. Y es ese mismo temor al fracaso el que – paradójicamente – luchamos por erradicar una vez que nos enfrentamos al mundo como adultos. Por lo tanto, no es casualidad que en la adultez usemos nuestra mente para escapar; que cuando las cosas se ponen difíciles, pensemos en un plano ficticio en el que todo pueda salir como queremos. O sea, que recurramos siempre a la fantasía.
En esta obra, escrita y dirigida por Ángel Luna, nos transportamos a un mundo mágico llamado Entelequia. Aquí viven dos brujos – Sulán y Beltrán – quienes protegen a los ciudadanos de los creatimonstruos; seres oscuros que se roban la imaginación de las personas. Un día ocurre un malentendido entre ambos hechiceros y se retan a un duelo, en el que deberán probar quién de los dos tiene las mejores ideas. Pero entonces, cegados por el miedo a fracasar en su combate, toman una atrevida decisión: secuestrar a niños pequeños para arrebatarles su ingenio. Una aventura fantástica, visualmente estimulante y encantadora; esta obra nos enfrenta con eso que nos arrebata la creatividad cuando nos convertimos en adultos, y nos invita a reconectar con nuestro lado más sensible; ese que alguna vez fue nuestro principal motor.
Si hay algo que a todos nos queda claro es que esta obra es absolutamente hermosa. El diseño de escenografía y vestuario de Mauricio Ascencio nos resulta especial en su capacidad de combinar elementos que se sienten familiares – como sacados de otro tiempo y espacio – y que a la vez conforman la identidad estética de un mundo fantástico, nuevo y único; uno que en verdad da emoción descubrir. Como si esto no fuera suficiente, esta compañía emplea títeres – trabajo de Humberto Galicia – que son, además, de los más detallados y mejor manipulados que he visto en un buen rato. Hay un gran virtuosismo en la fusión que ocurre entre el intérprete y su títere, y este elenco lo logra de forma magistral. Finalmente, la colorimetría y el manejo de la luz terminan de darle al escenario una atmósfera misteriosa, que se convierte en la cereza del pastel para envolvernos en un universo, en serio, maravilloso; uno que, aún sin efectos caros y ostentosos, nos convence de que ahí está ocurriendo magia. En mi caso, hubo una escena en particular que me emocionó por encima de las demás: esa donde vemos al creatimonstruo que se ha apoderado de la mente de Beltrán, literalmente viviendo dentro de su cabeza, mientras él nos habla sobre cómo se siente enfermarse de realidad. Simplemente electrizante.
En cuanto al elenco, noto un particular compromiso con mantener la integridad de lo que el texto propone, y darles a las niñas y los niños en el público su lugar como miembros activos y esenciales de la ficción. Su opinión y sus ideas son tomadas en cuenta e implementadas dentro de la historia, lo que estimula aún más su participación y atención continua para con la escena. Por lo demás, basta decir que demuestran su virtuosismo al interpretar personajes con dimensión, al mismo tiempo que maniobran títeres y musicalizan en vivo todo el montaje. Sin ser propiamente un musical – que es donde más comúnmente se usa el término – este es un elenco conformado por puros triple-threats. Además, la musicalización es un elemento vital de esta obra que no solo la vuelve más disfrutable, sino que la convierte en una experiencia estética y sensorial accesible, y al mismo tiempo, altamente sofisticada.
Ángel Luna ha conseguido con este montaje algo que se asume cuando hablamos de teatro para infancias, pero que en realidad es más difícil de lograr de lo que parece: contar una historia que sea atractiva y significativa para un público jóven, y que al mismo tiempo le hable a los adultos; que son, al final del día, quienes les llevan al teatro. Odio decir que una obra puede tener un “mensaje” o una “enseñanza, como si de una fábula se tratara. Sin embargo, esta obra está plagada de reflexiones que son muy importantes, principalmente para los padres; en particular, la denuncia que hace acerca de la censura del pensamiento y de las consecuencias de castigar los errores. Así como los personajes utilizan las palabras para batirse en combate, y después para reconciliarse; Duelo de Brujos nos enseña que nombrar aquello que nos limita y nos impide avanzar es un acto de sanación interna.
Si algo estoy seguro que logrará este montaje es inspirar un gusto temprano por el teatro en las infancias, y una reflexión sanadora en los adultos. Esta obra es un escape hacia la fantasía y la magia de la escena, pero también es un faro; una luz que nos guía de regreso a la curiosidad y a la imaginación. Aboga por la mente de las infancias, y por el derecho a que sus pensamientos no sean censurados, limitados ni silenciados. Le pide a los adultos que defiendan y cobijen a las mentes jóvenes. Pero sobre todo, Duelo de Brujos le recuerda a las infancias que todos somos buenos en algo, que ninguna idea es mala, y que los fracasos no solo son normales y válidos; sino que son, a veces, de donde surgen los más grandes genios.
Duelo de Brujos se presenta en el Teatro El Galeón, Abraham Oceransky del Centro Cultural del Bosque. Funciones sábados y domingos a las 13h, hasta el 25 de mayo.
Después, se mudará al Teatro Sergio Magaña, del 31 de mayo al 29 de junio.
Boletos disponibles en taquilla y en línea.