Entonces La Noche: buscando la luz humana

Por: Jorge Rodríguez

Desde antes de entrar a la sala, me percato que uno de los actores se encuentra entre el público, como esperando – igual que todos – a que comience la función. Una vez que las puertas de la Sala A de la Teatrería se abren y me acomodo en mi asiento; veo cómo entran todos los actores, conscientes siempre del público, y comienzan a desarmar la pila de objetos que se encuentra conformada sobre el escenario. Los reacomodan, creando un espacio similar al de cualquier sala de estar. Y luego, uno de ellos toma una guitarra y la toca; dando comienzo oficial a esta singular experiencia.

Conocemos a cinco individuos, quienes van tomando turno para contarnos un relato. Todos excepto uno, pasan al centro y nos narran un evento peculiar en sus vidas: el repentino abandono de un padre, la extraña confrontación de un desconocido, el descubrimiento de un misterioso asesinato y un encuentro sexual incómodo. El quinto de ellos, sin que el resto le permita hablar, se ve limitado a acompañarlos musicalmente y a hacer de personajes incidentales. Así, en cada intervención, todos fungen como refuerzo visual y sonoro de quien narra. Y solo hay un elemento presente en todas las historias, que las une de alguna manera: la mención de personas en situación de calle. Pero más que ser un eje temático o un objeto de estudio, la figura del “vagabundo” se convierte en un símbolo para develar una verdad mucho más universal.

Por: Sapa85

Esta peculiar obra comienza como un collage de ejercicios de actuación, sin un hilo conductor aparente. Y esto no es necesariamente una queja. Cada integrante de este elenco es sumamente virtuoso, y es un placer absoluto verles en escena. Gabriela Steck y Milena Pezzi construyen a dos mujeres muy interesantes, que dicen más a través de su mirada que con su voz. Gonzalo de Esesarte hace mucho con poco, y convierte sus breves intervenciones en importantes focos de atención para el espectador. Enrique Arreola, por su lado, posee una presencia escénica y una intencionalidad fascinante en su voz, atrayendo siempre tu atención como un imán hacia lo que te está contando. Y por último, Eugenio Rubio se mueve acrobáticamente entre una ternura juvenil y una fisicalidad bestial, volviéndose una fuerza escénica, en serio, cautivadora. Para mí, son estos dos últimos los que se llevan la obra.

Ahora bien, la habilidad actoral de este elenco destaca sin duda por la dirección de Diego del Río; quien – sin alejarse mucho de su estilo personal y sus recursos habituales – elige enfocarse esta vez en la dirección de actores. Se nota el enorme trabajo que hay para establecer gestos y rasgos de carácter a cada personaje; y es esa naturalidad y veracidad que vemos en el elenco, lo que vuelve interesante a esta obra desde el comienzo.

Debo señalar también el diseño de iluminación lúdico e íntimo de Pablo G. Rodríguez; que, partiendo desde la ruptura de la cuarta pared que el texto y la dirección ya plantean, ayuda a que el público se mantenga dentro de la ficción. Todas sus decisiones son acertadas, visualmente bellas, y además valiosas para la historia; desde mantener la luz de la sala encendida, hasta dejar el escenario a oscuras, excepto por una sola linterna. Hay una escena en especial – la de la jauría de perros – que me quitó el aliento por unos instantes.

Por: Sapa85

Nuevamente, si conjugamos las actuaciones, la dirección escénica y el diseño de iluminación; tenemos un montaje que se convierte en una verdadera experiencia estética. Por lo demás, este es un texto al que sin duda cuesta trabajo entrarle, y que corre el riesgo de perder al espectador en el camino, sin haberle señalado una dirección clara. Más que aburrida, esta obra puede ser abrumadora para quienes necesitan conocer el puerto de llegada; porque si no me resulta interesante el destino, ¿entonces qué me hace querer emprender el viaje?

Quizás esta obra no le guste a todo el público. Es verdad que juega con tu paciencia, y tu capacidad de encontrar valor en escenas que a ratos se alargan demasiado. Sin embargo, me parece que el texto del dramaturgo argentino Martín Flores Cárdenas esconde una preciosa alegoría sobre la experiencia humana en el mundo contemporáneo. Entonces La Noche comienza desde la incertidumbre y la confusión; con personajes que se nos van revelando, uno a uno, como siluetas que apenas se dibujan con la luz tenue de una vela. Entramos en un juego de sombras que pareciera no tener sentido. Pero esa aparente falta de relación entre las historias – ese vínculo tan carente en la primera mitad de la obra – es precisamente el objeto de este texto.

Entonces La Noche nos habla de seres que viven en tinieblas. Como vagabundos, deambulando por un mundo lleno de terror y de actos francamente inhumanos, mientras luchan por sobrevivir. Los personajes no tienen grandes aspiraciones, sino pequeños objetivos a corto plazo; siempre en pro de satisfacer necesidades vitales. Alimento, vestimenta, techo. Pero también conocimiento de su origen, fe, amor y protección. Esta obra nos sitúa como público al mismo nivel que los personajes, siendo parte de su encuentro, y al mismo tiempo de sus historias. Y con justa razón. En los tiempos que vivimos, todos somos sombras que han renunciado a la resistencia; avanzamos a ciegas, entregándonos en cuerpo y alma al hambre. Vivimos en una noche eterna, rodeados de la indiferencia y la crueldad humana. Y es solo cuando nuestras historias se encuentran – cuando encontramos ese vínculo real – que parece, al menos por un instante, que va a comenzar a amanecer.

Entonces La Noche se presenta todos los miércoles a las 8:30 pm en La Teatrería. Funciones hasta el 21 de mayo. Boletos disponibles en taquilla y en línea.

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