Por: Jorge Rodríguez
Existen un sinfín de historias en la cultura colectiva, acerca de personajes que enfrentan un destino doloroso a causa de sus propias acciones y defectos. Tal es el caso de películas como El Padrino o Réquiem por un Sueño, llegando hasta series como Succesion o Breaking Bad. Pero es en la tragedia griega, uno de los pilares fundamentales del teatro, donde nos enfrentamos como público a los problemas más universales, propios de la misma esencia humana. Es así como la dramaturga Marina Carr toma inspiración de estas tragedias clásicas para contarnos una historia sobre violencia heredada por una familia a través de los años.
Al entrar al Galeón, vemos una gran escalinata que nos refiere a los enormes templos de la antigua Grecia. Una vez apagadas las luces, nos encontramos en medio de un momento de gran crisis: Clitemnestra debe presenciar cómo su esposo, Agamenón, sacrifica a su propia hija para ganarse la lealtad de los hombres y poder enviar a su ejército a la guerra. Después de este acto de infinita maldad, veremos cómo los lazos familiares se rompen ante el deseo necio del padre por alcanzar el poder. Con La niña en el altar, el director Enrique Singer nos retrata los orígenes antiguos de una realidad muy cercana a nuestra sociedad: la violencia de género - particularmente dirigida hacia las infancias - y el pacto hetero-patriarcal que ha reproducido sistemáticamente esta violencia a través de los siglos.
El elemento más valioso de este montaje es sin duda su elenco, quienes se elevan a la altura de las grandes epopeyas clásicas, pero siempre dotando a sus personajes de una cercanía muy palpable. Marina de Tavira, quien interpreta a Clitemnestra, toma un texto que es muy denso y le da matices que lo vuelven digerible y disfrutable. También resalto el trabajo de Emma Dib y Yessica Borroto, quienes llenan sus escenas de frescura y dinamismo. Pero la interpretación que me pareció más interesante fue sin duda la de Alberto Estrella en el papel de Agamenón, quien a mi parecer es el que más riesgos toma.
La escenografía es sin duda monumental, y a ratos impresionante. En especial, hay dos momentos donde el espacio se transforma; se abre, literalmente, transportándonos a esos escenarios majestuosos de grandes templos y batallas épicas. Sin embargo, me parece que la escenografía es poco funcional para el montaje. Más que interactuar con las estructuras y habitar el espacio, los actores parecen simplemente deambular por las escalinatas. No sé si esto se debe al estilo declamatorio que el texto y la dirección proponen, pero el trazo escénico se torna repetitivo, con el riesgo de convertirse en un distractor.
Hablando de riesgos, debo admitir que algunas decisiones de dirección me parecieron cuestionables. Si bien es vigente, el texto es extremadamente complejo; no solo por la cantidad de información que exige al público absorber, sino también por el arco dramático que los personajes deben de atravesar en poco más de dos horas. En este caso, sería vital que el ritmo de la obra sea dinámico, y que permita al público acompañar a los personajes en sus emociones. Sin embargo, como en un intento de hacerle honor al género de la tragedia, el tono de la obra termina siendo bastante frío y solemne. Como ya dije, hay momentos en que la voz de los actores se torna demasiado declamatoria, como si nos estuvieran leyendo la historia en vez de vivirla. Y si bien la ruptura de la cuarta pared puede ayudar a generar cercanía con el espectador, en este caso creo que llega a distanciarlo de lo que ocurre en escena. Y entonces, cuando los personajes llegan al momento climático de la historia, el público ya se ha apartado de ellos a nivel emotivo. Nuevamente, riesgos.
El final de la obra es sorprende y contundente, incluso para quienes conocen el devenir común de los héroes trágicos. Sin embargo, mi impresión al terminar la obra fue que no se llegó del todo a la catarsis. El impacto de una historia como esta radica en lo que el espectador siente al ver el final desafortunado del protagonista. Pero en La niña en el altar – al menos en mi experiencia - el personaje que se nos presenta como protagonista no es el que termina viviendo el final trágico. Esto se vuelve un problema en tanto que nos involucramos emocionalmente con el personaje incorrecto. Y por lo tanto, la obra termina siendo más efectista, que efectiva para el espectador.
Quiero ser claro. El trabajo que hay detrás de este montaje es brutal, y merece todos los aplausos. Solamente pienso que las decisiones tomadas desde la dirección - con afán de enaltecer la historia que se cuenta - terminan por generar distancia con los temas de la obra, en vez de evidenciar la cercanía que tienen con nosotros. Recomendaría ampliamente que todos vean este montaje, y que después me cuenten su experiencia emotiva; me pregunto si esta obra está hecha para personas que consumen teatro de forma regular. Pues es mi opinión, si esta es la primera vez que alguien va al teatro, es posible que mucho vea y aplauda, pero poco sienta.
La niña en el altar se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Galeón, en el Centro Cultural del Bosque. Boletos disponibles en taquilla y en linea.