Por: Jorge Rodríguez
Para que una obra se convierta en mi favorita, hacen falta un par de cosas. Primero, el texto debe de tocar una fibra sensible en mí; no necesariamente estar relacionado a mi propia historia de vida, pero sí que sea capaz de llevarme a un lugar emotivo que no suelo visitar. Por otro lado, la forma en la que la historia se cuenta debe de parecerme innovadora y disfrutable. Mis obras favoritas son siempre las que están llenas de lo inesperado; que pueden llevarme a la risa y al llanto con una agilidad tan natural, que no me doy cuenta de lo que me sucedió, hasta que baja el telón. Pues bueno, Mil Veces No fue sin duda mi obra favorita de 2024; una historia a la que tenía muchas ganas de volver, y que ahora no puedo dejar de recomendar apasionadamente.
En el año 2039, conocemos a Miranda y a Baltasar. Él, un sobreviviente de una secta apocalíptica suicida. Ella, una mujer solitaria que lucha internamente con su oscuro pasado. Cuando Baltasar se muda al apartamento de enfrente, él y Miranda hacen un trato para ayudarse a superar el episodio más traumático en sus vidas. Esta es una historia de amor, y una historia de venganza, tal como lo dicen los personajes. Pero más que eso, es una historia sobre aprender a descubrir el mundo, y a dejar de huir de él.

El texto de Paula Zelaya Cervantes y Ana González Bello juega con una estructura episódica, revelando poco a poco los miedos y secretos de sus dos protagonistas. Paula Zelaya es experta en crear diálogos orgánicos y llenos de carácter, y esta obra no es la excepción; si hay alguien en el teatro mexicano que construye personajes completos, es ella. Y si a esto le añadimos la destreza que Ana González Bello tiene para la comedia, y para guiarte desde esa comedia a un lugar de absoluto dolor, tenemos entonces una combinación tremenda. Una historia, llena de capas y capas de significado, y que es merecedora del más alto reconocimiento.
Miranda es una mujer cruda e irónica, experta en el dolor y la desilusión. Y esto contrasta con la naturaleza alegre y optimista de Baltasar; un hombre ingenuo que no sabe nada de la vida, y que se sorprende como un niño pequeño al descubrir nuevas palabras y nuevos horizontes. Pero aunque ambos parten de lugares francamente opuestos, los dos protagonistas se convierten en un reflejo del mecanismo de autodefensa más común en los seres humanos: el escape. Miranda se refugia en un búnker – en este caso, su propio apartamento – después de haber vivido una de las peores pérdidas que puede atravesar una persona. Baltasar, por otro lado, construye una barrera igual de gruesa que la de Miranda, pero de manera interna; guardando el oscuro secreto de su verdadera experiencia en su ahora extinta comunidad religiosa. Ambos utilizan el aislamiento – físico o emocional – para escapar de los horrores del mundo. Y más que castigar este aislamiento, la obra cuestiona su verdadera capacidad de sanar el dolor; o en su defecto, de incrementarlo. La historia es excepcional, porque el conflicto es excepcionalmente humano. Y especialmente en estos tiempos – que se sienten en verdad como el fin del mundo – nada es más valioso que la verdadera conexión humana.

A través de su actuación, Ana González Bello y Luis Eduardo Yee nos regalan una visión honesta e íntima de los personajes; literalmente desarmándolos, dejándolos vulnerables ante nuestra mirada. Y a su vez, Miguel Tercero y Cristobal MarYán aportan ritmo y dinamismo a esta obra; mediante su acompañamiento musical, así como las intervenciones de Miguel – haciendo de personaje incidental, de narrador, y en momentos hasta de espectador. En verdad, este elenco podría ganar decenas de premios, y con justa razón. No solo te hacen reír, y a carcajadas; sino que también te toman de la mano, y te llevan a ese lugar oscuro que todos llevamos dentro. Te enfrentan con esa enorme lista de razones que, queramos verla o no, nos hace preguntarnos si en verdad vale la pena seguir en este mundo. Esta es de esas obras que te tiran al suelo, para después levantarte y darte impulso; que te aplastan el corazón, pero que también te abrazan el alma. Mil Veces No es una completa aventura. Es un viaje de introspección hacia el interior del ser humano; una reflexión sobre el trauma, sobre cómo nos ocurre, y sobre cómo aprendemos a vivir con él.
El trauma no se supera; se abraza. Se apropia, se vuelve parte de uno mismo, y se usa como impulso para llegar a otro lugar; no importando si ese otro lugar es Islandia, la luna, o el lobby de tu propio edificio. Mil Veces No es una invitación a atender las partes de nosotros que más nos necesitan. A disfrutar los pequeños placeres de la vida, para que poco a poco, vayamos encontrándole sentido. Para que vayamos encontrando la forma de decirle al mundo – mil veces – sí.
Mil Veces No se presenta todos los miércoles a las 8:00 pm en el Teatro Casa de la Paz. Funciones hasta el 16 de abril. Boletos disponibles únicamente en taquilla.