Por: Jorge Rodríguez
Un extenso campo abierto, con enormes planicies y colinas que se funden con el cielo. Un páramo alejado de toda civilización, donde es imposible ver qué hay más allá del horizonte. Un bosque seco y silencioso que esconde detrás de la arboleda a una pequeña ciudad. Un paisaje en tonos verdes y sepias que contrastan con el más puro azul del cielo. Estas son algunas de las imágenes que vinieron a mi mente al ver esta obra; en la que se nos pide, desde el primer momento, enfocarnos en los dos protagonistas y dejar que la imaginación haga el resto.
Iván Sotelo y Ro Banda – el director y el dramaturgo, respectivamente – nos invitan a adentrarnos en un viaje de introspección hacia el origen. Acompañamos a dos hermanos, Alo y Ale; quienes, después de la muerte de su abuela, emprenden una travesía para que Ale pueda conocer a su madre. En el camino, ellos se empujarán mutuamente a desafiar todo lo que conocen del mundo, y descubrirán si en verdad existe un vínculo tan fuerte, capaz de superar el tiempo y la distancia. Oler la Sangre es una historia que nos habla sobre la familia; sobre esas personas que nos hacen pertenecer, y que le dan sentido a nuestra existencia.
Si algo es claro desde que se da la tercera llamada, es que el peso más grande en esta obra lo cargan sus dos actores. Sin salir nunca de escena, y sin ningún elemento escenográfico que acompañe la ficción, Lucio Giménez Cacho y Gina Granados se enfrentan al enorme reto de mantener cautiva la atención y el interés del espectador mientras cuentan su historia. Por lo tanto, hay que reconocerles el enorme trabajo actoral que han entregado en este montaje; no solamente por su capacidad de encontrar matices en los múltiples monólogos que conforman el texto, sino también de dar dimensión y contraste a los personajes que, en papel, pueden resultar un poco monótonos. Gina en particular trabaja a Ale desde esa unidimensionalidad y la lleva al extremo; sintetizando de manera muy natural el carácter de una persona que ha existido por años en esta Tierra, pero que en realidad no ha vivido. Lucio, por su parte, contrasta con Gina a través de una carga siempre presente sobre los hombros de Alo; un peso emotivo que es tangible desde sus primeras escenas, y que es propio de alguien que ya ha enfrentado la oscuridad del mundo. Juntos crean una dupla que se complementa muy bien y que da dinamismo a la obra. Pero dicho todo lo anterior, también hay que admitir que ni el texto ni la dirección les hicieron el trabajo más fácil.
A nivel de dramaturgia, el principal problema de Oler la Sangre es su falta de desarrollo. Es decir, que no hay un conflicto. Y sí, bien podría tratarse de una pieza en la que exploremos el carácter de los personajes en vez de enfocarnos en la anécdota; pero eso en realidad tampoco ocurre. Los personajes nos narran el camino que recorren de un punto a otro, y nos cuentan – nos dicen – las cosas que descubren en el camino. Pero como público, nunca vemos cuando esos descubrimientos ocurren, ni cuando los personajes se transforman. Al llegar al final de la obra, se nos afirma que ambos han construído un vínculo inquebrantable, y que la fuerza de la hermandad los mantendrá unidos aún en la distancia. Y como público, lo único que podemos hacer es creerlo; aunque las escenas anteriores no nos lo han demostrado.
Pero más que ser un problema de texto, me parece que el punto débil de este montaje es su dirección. Aún tratándose de una propuesta minimalista, debería ser responsabilidad del director el traducir las imágenes presentes en el texto y llevarlas a escena; ya sea a través del trazo, del diseño de movimiento o del trabajo con los actores. Y, es más: si la intención es que el público complemente la historia con su imaginación, es entonces aún más importante la creación de un lenguaje escénico claro y preciso, que guíe al espectador en ese juego. En este caso, la convención escénica es difusa, y se presta a que la experiencia del público sea muy variada. Sobre esta línea, quiero también mencionar que el diseño de movimiento funciona por su carácter lúdico, pero que a ratos se torna caricaturesco y rompe con el tono que el texto plantea. El ejemplo más claro es el caminar de los dos actores en su lugar; que, aunque es visualmente interesante, de pronto entorpece la escena.
Contar cualquier historia en un espacio vacío es siempre un arma de doble filo. Si bien, el teatro propicia que el público tenga mayor apertura para usar su imaginación y entrarle al juego; tener muy pocos elementos también puede hacer que las reglas del juego no sean claras. Oler la Sangre es un montaje que se disfruta por la calidad de su trabajo actoral, pero que en otras áreas tiene bastantes oportunidades de mejora. Y es que la esencia del texto es bellísima; pero sin el tratamiento adecuado, esa esencia se pierde. Si como yo, no tienes hermanos, costará trabajo que esta obra te haga sentir lo que es un verdadero vínculo de hermandad inquebrantable. Oler la Sangre es potencial, que podría redirigirse y explotarse mejor. Un diamante en bruto, que falta pulir.
Oler la Sangre se presenta los lunes a las 8:00 pm en el Foro Shakespeare. Únicas cuatro funciones: 7, 14, 21 y 28 de abril. Boletos disponibles en taquilla y en línea.