Por: Jorge Rodríguez
Anoche tuve mi tercer encuentro con la historia de Andy, la cual conocí por primera vez en una lectura dramatizada en el Teatro La Capilla, el 14 de febrero de 2022. Cuando salí del teatro en ese entonces, lo primero que dije fue que no podía esperar a verla montada; y aunque lo he dicho pocas veces, creo que esta obra – el texto – es una de mis favoritas, de toda la vida. Como miembro de la comunidad LGBT+, siento un vínculo personal y profundo con esta historia y sus personajes. Dicho eso, creo que haber regresado una tercera vez me hizo ver esta obra con una nueva perspectiva; siendo más objetivo al identificar sus desaciertos, pero al mismo tiempo capaz de apreciar aún más su franca genialidad.
Aldo Martínez Sandoval nos cuenta la historia de Andy, un chico de 13 años, quien trata de entender lo que siente por dentro después de conocer por primera vez el amor. Con las mismas curiosidades que cualquier joven de su edad, pero con un secreto que no lo deja dormir por las noches; su mundo revoluciona cuando conoce a Cantú, el chico guapo y popular de su escuela. Él no es como los otros chicos; no lo molesta por su apariencia afeminada ni lo agrede; es más, lo saluda en el patio de la escuela, y hasta lo defiende de los comentarios mordaces de sus compañeros. Un día, Cantú le regala su gorro anaranjado y lo invita a verlo tocar en su banda. Pero lo que comienza como una salida tranquila de “amigos” se convierte en un evento drástico que cambiará la vida de Andy para siempre. Explorando temas como el despertar sexual, el enamoramiento adolescente, el cruising y la homofobia, Percusiones es un grito de resistencia ante la violencia que viven las juventudes LGBT. Una obra que habla desde un lugar de absoluta honestidad, para que nos sintamos seguros de caminar a nuestro propio ritmo.
Este elenco es conformado por Daniel Páez, Alejandra N. Ramos – ambos, también productores de esta puesta en escena – y Alfredo Veldañez; quien, debo decir, es probablemente el elemento más valioso de este montaje. Tierno y fuerte a la vez; su Cantú es verdaderamente encantador, y Alfredo logra capturar la imagen irreal de perfección que cualquier persona tiene de su primer crush. Manteniendo la inocencia de un joven de 14 años, pero añadiéndole capas de dolor y complejidad – naturales en un chico que ha vivido la ausencia de su padre y crecido bajo la sombra de su hermano mayor – este es el personaje más completo y mejor construido de la obra. Ahora, si bien los otros dos actores no hacen precisamente un mal trabajo, es cierto que algo les falta para terminar de trasmitir todas las emociones complejas que el texto contiene. En el caso de la madre de Andy, Alejandra la presenta como un personaje pragmático, a veces con poca dimensión. Vamos, que su construcción de personaje funciona, y no impide que la historia suceda de forma verosímil. Pero debo ser honesto: tratándose de una madre soltera, que sufre de violencia doméstica y se queda a vivir con un hombre que la golpea para poder proveer a su hijo; el trabajo de Alejandra se siente reductivo, quitándole complejidad a un personaje que, en papel, dice mucho acerca del contexto en el que las juventudes LGBT se desarrollan.
Sobre esta misma línea, el personaje de Andy es el que tendría que mostrar la mayor cantidad de matices. Un chico homosexual, dentro del clóset, que aún no comprende los deseos que siente y que termina por tener sus primeras experiencias sexuales con los hijos de la pareja de su madre; la cual se convierte además en una relación de completo abuso. Al mismo tiempo, un adolescente que descubre el primer amor en un compañero de su escuela y que se deja perder en la fantasía, cegándose a la posibilidad de no ser correspondido. Todas estas emociones son las que lo incitan a buscar un espacio donde pueda explorarse y entenderse, y que eventualmente lo llevan a tener encuentros sexuales con desconocidos en el último vagón del metro. Ese sinfín de emociones contradictorias, surgidas además de un entorno violento, son precisamente las que Daniel Páez batalla tanto por transmitir. Y digo batalla, porque en ocasiones su Andy se siente demasiado seguro de sí mismo; demasiado en control de la situación. Daniel nos regala un Andy vigoroso, decidido y sin duda resiliente, pero lo hace a costa del Andy ingenuo, curioso y temeroso, que consolidaría su actuación como una sumamente conmovedora. Y es que, mientras que Cantú es un niño queriendo jugar a ser adulto, Andy es un niño al que la violencia obliga a crecer. Por tanto, la falta de matices hace que su historia se viva con mayor distancia, cuando como público tendríamos que acompañarlo siempre en su profundo dolor.
Ahora bien, en términos de dirección, Antón Araiza plantea un dispositivo escénico que crea algunos momentos de mucha belleza, pero que también llega a caer en lo meramente resolutivo. Hay elementos del lenguaje escénico que se sienten desaprovechados, particularmente porque funcionan tan bien en los breves momentos que sí se utilizan. Claro ejemplo es la sonorización que los actores crean in-situ, golpeando el carro de metal y acompañando rítmicamente las escenas. Cuando esto ocurre, es genial; el problema es que ocurre poco. Demasiado poco, si consideramos que la obra se llama Percusiones, y que la musicalización de la obra llega a quedarse muy corta. Desde la primera escena, la obra comienza en el concierto al que Cantú invitó a Andy; incluso, aún antes de empezar la función, escuchamos el barullo de la gente que se prepara para escuchar a una banda de rock. ¿Cómo es que entonces, al dar la tercera llamada, Cantú golpea las baquetas y vamos a un completo silencio? En general, este tipo de decisiones hacen que yo sienta una especie de blue-balls escénico, porque tengo ganas de que este equipo le entre de lleno a jugar con esos recursos que ya tienen en las manos. Y me quedo con las ganas.
Aunado a esto, el carro que tienen como pieza escenográfica es funcional, resolviendo las necesidades de los actores de sentarse, acostarse o recargarse en algo. Y sí, estéticamente juega con el mismo color anaranjado que simboliza al personaje de Cantú; incluso, podría remitir al color anaranjado del metro, con todo y ruedas, de una forma bastante abstracta. Pero al final del día, me parece que este trasto llega a estorbar más de lo que suma al montaje; obligando al director y a sus actores a resolver cómo moverlo para generar transiciones y construir espacios, en vez de que la escenografía propicie el trazo mismo.
Sí, yo sé que mis palabras pueden sonar crudas – quizás por el enorme cariño que le tengo a este texto, y por mi deseo de que todos vivan esta obra de la forma tan personal que yo lo hice. Pero no me malentiendan, no podría dejar de recomendarle esta obra a nadie. Aldo Martínez Sandoval ha creado un texto contemporáneo que le habla a las personas desde el corazón, sin importar si forman parte de la comunidad LGBT+ o no. Hablar de un tema tan polémico y tabú – pero también tan real y cercano – como el cruising en el metro de la Ciudad de México es, en sí mismo, un acto de inmenso valor. Aldo reconoce ese carácter deleznable con el que muchas personas catalogarían estos actos – “tus porquerías en mi casa no” – y los plantea más bien desde la búsqueda de pertenencia, identidad y conexión humana, que no son remotamente exclusivas de la experiencia queer. Aquí, el cruising se plantea como un espacio de resistencia, ante una sociedad que nos ha repetido hasta el cansancio que no tenemos un lugar seguro. Y sin romantizarlo, el dramaturgo también reconoce el cruising como un acto violento, parte del mismo sistema en el que las juventudes LGBT+ se ven obligadas a crecer. Así, Percusiones se convierte en un espacio de dignificación y sanación de la experiencia LGBT+, donde el público puede sentirse libre para llorar, para cuestionar, y para volver a empezar. Para recuperar ese tiempo marcado por el dolor, y convertirlo en un nuevo ritmo del tambor; aunque en el fondo nunca deje de doler.
Y si algo debo aplaudir a esta producción, a su director y su elenco, es el compromiso que tienen con convertir este montaje en un espacio de comunidad encaminado a la rehabilitación y el fortalecimiento de la comunidad LGBT+. En colaboración con diversas asociaciones, realizando conversatorios al final de cada función, esta compañía entiende y abraza la representación como una herramienta para la reconstrucción de la sociedad.
La representación importa porque nos permite descubrir historias que hablen de nuestra propia experiencia. Que la valide, y nos reafirme que tenemos un lugar en este mundo. Por años, nos hemos convencido como comunidad que hay que sacar valor – de debajo de las piedras si hace falta – para enfrentarnos al mundo cruel y doloroso. Y frente a esto, Percusiones nos demuestra que el valor se construye a partir de pequeños actos de amor y de bondad. Y una historia como esta, que nos ayuda a soltar y a comenzar de nuevo, es quizás la más valiosa de todas.
Percusiones se presenta de jueves a domingo en el Foro A Poco No. Corta temporada, funciones hasta el 15 de junio. Boletos disponibles en taquilla y en línea.