PréndeME: el poder de la caricia

Por: Jorge Rodríguez

Es curioso. Quien me conoce, sabe que soy fan eterno del teatro musical. Y, sin embargo, he tenido mis reservas cuando se trata de ver musicales un poco menos mainstream; alejados de lo que se suele presentar por ejemplo en el Teatro Telcel, en el Insurgentes, o en los CCT 1 y 2. Vamos, me queda claro que estos musicales más experimentales son también los que más riesgos toman, y que se atreven a utilizar el formato para atender temas poco vistos en el género. La verdad es que cuando supe por primera vez de este musical, dudé tanto en irlo a ver que su temporada terminó antes de ir a comprar mi boleto. Pero una vez que se trasladaron al Teatro Milán, que integraron a Nelson Carreras a su elenco, y que al parecer tuvo una recepción muy positiva del público; finalmente me decidí a probar ese musical de culto del que muchos están hablando. Y bien, no podría haber estado más equivocado.

PréndeMe – escrito por Stephen Dolginoff y traducido por Xavier Villanova – es la historia de Richard y Nathan. El primero, en una cacería constante de adrenalina que lo eleve a un estatus superior; y el segundo, en búsqueda únicamente de compañía, y de un vínculo real. Al firmar un contrato, pactado literalmente con sangre, se hundirán en una lucha por escapar de la justicia y de su propio destino, después de cometer el crimen más grande del siglo. En este musical vemos reflejada la complejidad de las relaciones tóxicas, en particular cuando se manipula a través del afecto y del placer, para obtener un beneficio propio.

Prendeme

Comencemos por lo evidente. Los dos actores que vemos en escena son, en serio, dinamita. Nelson Carreras, si bien tiene un largo camino que recorrer actoralmente, es quizás una de las voces más únicas y especiales del gremio. Y por su lado, Luis Anduaga es una absoluta revelación (al menos para mí), capaz de darle matices a un personaje que, por su naturaleza, podría correr el riesgo de volverse arquetípico y unidimensional. En realidad, ambos dotan a sus personajes de bastante complejidad, a pesar de que el texto se enfoca más en lo anecdótico. De hecho, siendo un musical sung-through (carente, en su mayoría, de escenas habladas), llama la atención que hay mucho storytelling en la letra de las canciones, pero poco desarrollo de personaje. Por lo tanto, si llegamos a entender a Richard o a Nathan, e incluso a empatizar con ellos, es gracias al trabajo actoral de Nelson y Luis. Y en cuanto a lo musical, hay que reconocer y aplaudir el trabajo de dirección vocal que hace Hugo Torres. No solamente por las bellas armonías que arma, y la intención que le da a las voces de sus cantantes; sino también porque, en tanto que los actores tienen unas voces virtuosas, es el director vocal quien sabe aprovechar esa pólvora, y entiende cómo y cuándo hacerla explotar.

Si debo señalar una debilidad del montaje, quizás tendría que enfocarme en asuntos de dirección. No me malentiendan, Jaime Rojas hace un maravilloso trabajo de dirección escénica; pintando cuadros de absoluta belleza y dándole dinamismo a una obra que no es precisamente corta o ligera. En especial hay una escena – la escena del auto – que me pareció excepcional a nivel visual y de lenguaje escénico. Pero es más bien en un asunto de tono y quizás de dirección de actores, donde le encuentro áreas de oportunidad a esta obra.

En mi función, el público reía mucho; por los elementos cómicos del texto, y a veces, simplemente porque eran personas fanáticas de uno de los dos actores (creo que no hace falta aclarar de quién). Sin embargo, hubo momentos en los que las risas parecían surgir más bien desde un distanciamiento del público con la obra. Es decir, la relación entre Richard y Nathan llega a un extremo de toxicidad en el que vuelve francamente ridícula. Y quizás, lo que yo noto, es que la obra pudo atreverse a abrazar esa ridiculez y llevarla hasta las últimas consecuencias. En vez de eso, ambos actores se quedan en un tono más bien melodramático – casi telenovelesco – donde como audiencia podemos reírnos de lo que les pasa, en vez de acercarnos a entender el por qué. No estoy diciendo que este musical deba convertirse en una farsa. Pero sí digo que una revisión del texto desde la dirección, podría permitir que la historia de Richard y Nathan sea tan contundente a nivel emotivo como lo es musicalmente hablando.

De cualquier manera, el montaje esta lleno de momentos de absoluta genialidad. Uno de los ejemplos más claros es una escena donde ocurre un incendio, en la cual la escenografía de Salvador Núñez y la iluminación de Alejandro Fernández cobran vida, y crean una de las imágenes más bellas que he visto en los últimos meses.

Ultimadamente, PréndeMe es una historia sobre relaciones de poder; en particular del poder que el sexo y el afecto físico tienen sobre los seres humanos. Todos buscamos adrenalina. Todos buscamos placer. Pero también buscamos a ese alguien o algo que nos haga sentir importantes, necesarios; superiores. Que nos haga sentir valiosos. Y nos volvemos vulnerables, propensos a ser usados por otros que buscan saciar sus propias necesidades. PréndeMe es un claro ejemplo de los riesgos del amor, en su versión más primitiva. Y si nos dejamos llevar por nuestra búsqueda de calor, el mismo fuego que nos ilumina también nos puede quemar.

PréndeMe se presenta todos los lunes a las 8:45 pm en el Teatro Milán, hasta el 21 de abril. Boletos disponibles en taquilla y en Ticketmaster.