Por: Jorge Rodríguez
Después de haber luchado contra la alta demanda y haber conseguido al fin mis boletos, me enfrenté a una curiosa encrucijada: ¿valdría la pena tratar de escribir acerca de este montaje? Es decir, es EL Tranvía. La obra de referencia, si se trata de dramaturgia norteamericana y de la introducción del realismo psicológico al teatro. Además, estamos hablando del aclamado Diego del Río, cuyo trabajo en los últimos años se ha centrado en la revitalización de obras consideradas pilares del teatro. Y por si fuera poco, tenemos también un star-studded cast, acreedor de reconocimiento internacional. ¿Qué pasa cuando la reputación de una obra la precede? Cuando sabemos que algo debe ser increíble, ¿aún es posible sorprendernos? ¿O es que acaso nuestras expectativas pueden solamente caer?
Esta historia comienza con un estruendo. El sólido golpe de un baúl que choca contra las escaleras del teatro, y que anuncia la tormenta que está por comenzar. Blanche DuBois, habiendo perdido el hogar y la herencia de su familia, llega a Nueva Orleans en busca de su hermana menor, Stella; recién casada con Stanley Kowalski, un exmilitar de ascendencia polaca convertido en proveedor para una fábrica. En su nuevo hogar temporal, Blanche hace uso de su retórica y astucia para elevar ese lugar decadente a la altura de sus sueños aspiracionistas. No obstante, su obstinación termina por elevar la temperatura y tensar las fibras de su nuevo entorno hasta romperlas. Un Tranvía Llamado Deseo nos sitúa en una batalla épica entre fuerzas implacables y nos empuja a tomar, junto con sus personajes, una decisión: luchar contra el poder aplastante del mundo o dejarnos vencer.

En general, el estilo de dirección de Diego del Río está lleno de motivos y recursos insignia que se repiten en la mayoría de sus montajes. Pero me atrevo a decir, aún sin haber visto la totalidad de su trabajo, que ese estilo le va mejor a Un Tranvía que a otros montajes anteriores que he podido presenciar. Desde la habilidad que tiene para llenar de significado el espacio vacío, o de utilizar la misma arquitectura teatral como parte de la ficción, hasta su destreza para generar caos contenido en escena; donde la violencia no es solo reproducida, sino representaba siempre a través de un tratamiento estético. Este director es experto en el manejo de ensambles, o más bien, en la unificación de los miembros del ensamble para crear una fuerza dramática cohesiva. Pero sin duda, si en algo es maestro Diego, es en el análisis del texto y – como es el caso en Un Tranvía –en la reinterpretación del teatro clásico, partiendo siempre desde eso que lo mantiene vigente.
Si bien el texto en esencia ya critica el machismo y la violencia ejercida por Stanley sobre las dos hermanas, me parece que el tratamiento que Diego del Río le ha dado lo lleva a un nivel más allá. En esta versión, tanto Blanche como Stella muestran rasgos de carácter que en la dramaturgia original no son más que un subtexto. Aquí, ambas mujeres eligen participar en esa lucha de poder donde cada una, desde su trinchera y con sus propios medios, obtienen el control de su propia vida; aunque sea por unos instantes, o solo en su imaginación. Ellas no son simples víctimas indefensas ante una sociedad misógina y violenta; sino que, al contrario, eligen tirar de la cuerda, en ese juego de tug of war, aún cuando – bien saben – jamás podrán vencer. En la reconfiguración de los personajes femeninos, Diego del Río hace una reflexión cautivadora acerca del poder de la resistencia cautelosa; y del machismo, no como una conducta reproducida exclusivamente por hombres, sino de una enfermedad que ha hecho metástasis en cada integrante de la sociedad. Porque, aún cuando se trata de un mal en apariencia incurable, bien vale la pena salir en busca un tratamiento.
En cuanto a las actuaciones, poco puedo hacer, más que señalar lo evidente. Se trata de un elenco talentoso, disciplinado y muy bien dirigido; encabezado por una actriz que exuda virtuosismo, desde el más ligero suspiro hasta el llanto desgarrador. Ver a Marina de Tavira en escena es un gozo que todo el público mexicano se debería regalar. Su Blanche es firme y sagaz, escondiendo sus armas bajo un manto de seda y bisutería, pero siempre blandiendo el filo de sus palabras. Astrid Mariel Romo construye a una Stella cuya fortaleza recae en su pensamiento, y en la capacidad que tiene de aislarse del mundo; entrando en un trance donde se convence, cueste lo que cueste, de que las cosas van a estar bien. Así, la fuerza de la palabra y de la mente contrastan con la fuerza física, personificada en Stanley Kowalski, e interpretado a su vez por Rodrigo Virago; quien, sin temor a equivocarme, es la decisión de casting más acertada de todo el elenco. Su Stanley es crudo e implacable, y aunque se podría decir que a veces se queda en la unidimensionalidad, a mí me parece que es todo lo contrario. Stanley funge más como concepto que como personaje; símbolo del poder despiadado de la industrialización y el capitalismo – sistemas siempre liderados por hombres – que no vacila en aniquilar a quienes se rehúsan a evolucionar, todo en aras del aparente “progreso”. De esta manera, las tres fuerzas se abaten en un duelo del que nadie puede salir victorioso, y que solamente deja destrozos en el entorno que los rodea. El resto del elenco no podría haber hecho un mejor trabajo traduciendo esta destrucción a escena. Y ya, para acabar, bien merece una mención el Mitch de Alejandro Morales; tierno y naif, y que sí termina convirtiéndose en una víctima de los engaños de Blanche y la insensibilidad de los Kowalski.

Una última mención especial a la musicalización a cargo de Andrés Penella, quien termina por envolver al universo de Un Tranvía y le da un aire atemporal, incluso épico. Así, con la escenografía e iluminación de Jesús Hernández, y el vestuario de Jerildy Bosch, cada elemento se une para formar una gran maquinaria – simple pero asertiva – que funciona como unidad, siempre en pro de la escena. Ya sea por la fama de su elenco, la reputación de su director o el prestigio de su dramaturgia, esta es una producción de primera calidad que se merece cada boleto agotado. Y si Un Tranvía Llamado Deseo “debe” de ser buena, este equipo demuestra que el único deber del teatro es para con la historia, y el espectador.
Este montaje es una locomotora que no solo hace estruendo, sino que arrasa con las expectativas, dejando en quien lo mira una huella, que es tan placentera como dolorosa. No se necesita saber de teatro, ni haber ido anteriormente al teatro, para ver esta obra y saber que se está ante algo verdaderamente enorme. Un Tranvía Llamado Deseo, a mi parecer, es un magnum opus que toma un clásico de siempre, y lo convierte en un clásico de hoy.
Un Tranvía Llamado Deseo tendrá su tercera temporada en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque; funciones de jueves a domingo, del 9 de mayo al 8 de junio. Boletos disponibles en taquilla y en línea.